jueves, 31 de octubre de 2013

Soy solo uno de los muchos que se van

“La felicidad sólo es real cuando es compartida” (Alexander Supertramp, Into the wild, 2007). No hay mejor frase para representar lo que construí (construimos) en nuestro paso por Medellín.

Ha pasado casi un mes, o quizás más,  desde que salimos de esa ciudad y aún no encuentro las palabras para describir las emociones que me genera recordar los momentos y días vividos por casi 15 días, pero sin duda el corazón se vino llenito de alegría, cariño y tranquilidad. Esta ciudad más que ninguna otra me permitió comprobar que el mundito que a veces me parece sólo una utopía, sí es posible.

Ojalá hubiera una forma de plasmar las emociones de cada instante por medio de una fotografía o un audio, o cualquier cosa donde se guardaran y que pudiera revisar cada vez que tuviera ganas de revivir algún momento. Si eso fuera posible estoy segura que dentro de mi biblioteca, Medellín tendría un tremendo apartado. Es que recordar los días que pasamos en ese lugar me hace extrañar a personas y lugares como si fueran la familia y la cuna.

Hoy más que nunca y después de cumplir casi 3 meses en Colombia, puedo afirmar que Medellín me inspiró, me invitó a soñar con el futuro, me permitió romper con los prejuicios e incluso generó un sentimiento que jamás pensé que podría existir estando en tierra extranjera: sentido de identidad y pertenencia. Todos los días que estuve en esta ciudad me sentí como si fuera mi ciudad.

Quizás se estén preguntando qué hay en Medellín, y la respuesta es casi eterna, porque hay muchas cosas que la hacen ser una ciudad tremenda. Llena de parques y espacios para el ser humano, una comida que se mueren lo rica que es, con unos paisajes hermosos, donde aún se respeta mucho la existencia de espacios verdes, un creciente interés por el desarrollo sustentable, y algo muy destacable es la creación de espacios que permiten acercar la cultura y la lectura a lugares que generalmente se convierten en ghettos de delincuencia y drogadicción a través de los parques bibliotecas.

Sin embargo, creo que la ciudad no sería más que eso, sino fuera por su gente, el amor que ellos tienen por sus espacios y barrios ha permitido que se rompan muchos estigmas que hasta hace pocos años atrás la mantenían como una ciudad violenta, peligrosa e incluso reconocida como la escuela de los sicarios. A pesar de que para algunas personas de otras ciudades del país Medellín sigue siendo un espacio de peligro y violencia, lo que vivimos allá no nos permiten ver esa ciudad que a veces nos han pintado. No quiero decir que no exista la delincuencia, la violencia, ni la pobreza, de hecho hay muchas personas que aún viven en la calle, pero sin duda desde hace algunos años han estado haciendo un esfuerzo por mejorar la calidad de vida y creo que el camino que hasta ahora han recorrido ha sido hermoso y para mí, es la mejor ciudad que conocí de Colombia, tanto así, que si pudiera me quedaría a vivir por un largo rato en ese lugar (Julieta arregla tu maleta).

Lo más importante es que por muchos parques que haya visitado y comida rica que haya probado, la experiencia y la historia sería absolutamente distinta si no hubiese encontrado en ese caminito a las personas que conocí. Jamás habría imaginado que en tan sólo en unas semanas se pudieran generar lazos de amistad tan fuertes. Yesid, Arturo, Maryo y William, una familia hermosa, un hogar que nos acogió con nuestras locuras, con nuestra hambre e incluso con nuestra flojera. Medellín no hubiese sido lo mismo sin ellos.

Hoy me declaro tal como lo hacían las Perotá en alguna canción por ahí, como una viajera agradecida, del cobijo y del abrigo, porque aún no he probado una oblea mejor que las de Sabaneta y el primer desayuno típico lo comimos ahí, la bandeja paisa no hubiese tenido el mismo sabor sin su compañía, el burro chancletero no sería una historia para contar, los sueños de un intercambio de casas no serían una posibilidad real y la palabra gonorrea seguiría siendo solamente una enfermedad de transmisión sexual.

Los lugares los hacen las personas, y no dejaré de repetirlo, Medellín es maravillosa y agradezco tanto haber tenido la oportunidad de pisar siquiera sus calles y pasar horas conversando, cocinando y construyendo castillos de sueños. Gracias por devolverme la esperanza y hacerme creer en la bondad de la humanidad otra vez.

Namaste.






miércoles, 2 de octubre de 2013

Pablo Neruda la hizo de nuevo

Mientras estábamos en Medellín se nos dio la maravillosa oportunidad de partir por una semana a Manizales, a unas 4 horas de distancia. Nos llevarían, nos alojarían y nos traerían de regreso. No hubo mucho que pensar, la posibilidad estaba y simplemente había que aprovecharla. Peeeeeero, no sabíamos naaaaada de Manizales, ¿qué había para ver?, ¿qué podíamos disfrutar de esa ciudad?, ¿qué comidita rica podíamos probar?, etc. 

Para nuestra fortuna hoy es muy fácil enterarse de todo eso, unas zambullidas por San google y listo, Manizales tenía mucho para ofrecer, muchas cosas gratis, parques ecológicos, un clima fresquito y ¿una fábrica de atardeceres? ¡¿Qué rayos?! Y es que leyendo por ahí, nos topamos con una descripción que habría hecho don Pablo Neruda en su visita a Manizales, donde decía que Chipre (un sector de la ciudad) era una verdadera fábrica de atardeceres, sin duda no podíamos dejar de verificar si aquel lugar era merecedor de tamaño título, sobre todo después de haber disfrutado de amaneceres y atardeceres mágicos en medio del Parque Nacional Torres del Paine (Patagonia chilena).

A ratos me imaginaba que íbamos a llegar a Chipre y que en medio de las montañas encontraríamos unos gigantes trabajando y pintando el cielo de colores y encendiendo y apagando luces, casi que agarrando el sol para que esa luz mágica perdurara por más tiempo en el horizonte mientras las personas trataban de obtener el cuadro perfecto con sus camaritas, todo eso con el fin de fabricar los atardeceres de los que hablaba Neruda. Y ahora que lo pienso con mayor detenimiento quizás no eran gigantes, porque entonces todo el mundo iría a verlos, así que creo que deben ser enanos... Bueeeeeno... el tema es que llegando a Manizales teníamos una tarea: ir a Chipre a ver el atardecer.

Estando ya en Manizales, la comida rica que nos daban en casa nos atrapaba cada mañana e idealmente cada almuerzo, a ratos a la once también y salir a recorrer todo el día nos hacía perder el disfrute de una arepa con huevo o de un rico plato de ajiaco... ya me dio hambre, otra vez. Sin embargo, la frescura del viento y del clima nos invitaba a salir a caminar al menos un rato cada día. En una de esas salidas encumbramos rumbo a Chipre pero era de mañana, así que de atardecer nada, ni siquiera pudimos probar el Cholao (delicioso postre de frutas, juguito de frutilla, leche condensada y milo, sin mencionar que abajo lleva fruta congelada raspada). Lo que sí pudimos conocer fue el monumento a los colonizadores que es algo estratosféricamente distinto a los típicos monumentos que se encuentran en las ciudades para demostrar que ahí se empezó a construir el pueblo. Este monumento es sin duda una creación que demuestra en gloria y majestad el talento de un ser humano que tiene una conexión especial con un ser divino, extraterrestre o con la pachamama, porque realmente es maravilloso, y de pasada una de las mejores vistas de la ciudad de Manizales.

Pero bueno, el punto es que debíamos volver, y lo hicimos... volvimos a ver un atardecer a Chipre y si hay algo que hemos disfrutado en este viaje, aparte de la comida claro, ha sido la forma en que nos ha sorprendido la naturaleza, con sus paisajes, con sus climas, con sus lluvias y a ratos también con sus atardeceres. Y no hay mejor lugar para disfrutar y amar ese instante maravilloso en que el sol se esconde tras las montañas que estando en Chipre, en las alturas de Manizales. No hay muchas palabras que puedan describir el paisaje con sus colores, con sus brillos, sus nubes, sus montañas y el valle que se va apagando para dar paso a pequeñas lucecitas, lo mejor es disfrutar con sus propios ojos... Y no había gigantes, ni tampoco enanos, tan sólo la propia naturaleza que jugaba con nuestras emociones y nos regalaba una hora de tranquilidad y majestuosidad.

Namaste.




viernes, 20 de septiembre de 2013

¡Plátano maduro, plátano verde!

Hoy es momento de confesar algo: ¡Me encanta la comida colombiana! Antes de salir de Chile, junto con Yohana, visitamos restaurantes de comida de distintos países y la comida colombiana me había parecido especialmente interesante, ese interés hoy se ha convertido casi en una relación de amor y es que creo que las combinaciones de sabores, texturas y la posibilidad de probar frutas y verduras que no conocía, han contribuido mucho al actual estado de bienestar que siento.

Con el pasar de los días he confirmado que la comida es una parte esencial de mis días y de mi felicidad, por lo mismo debo dedicar un apartado a uno de los alimentos que ha sido responsable en gran parte de mi estabilidad emocional (cuando hablo de estabilidad emocional es real, es cosa que le pregunten a Yohana cómo me pongo cuando tengo hambre y cómo cambio cuando vuelvo a comer): el plátano (ahora es cuando usted tira esa talla cochinona y picarona).

Antes de seguir con la lectura quisiera traer a la memoria del lector una afamada canción que solía escuchar y bailar non-stop en las fiestas de mis tiempos escolares, ¿Qué es lo que quiere esa nena? del maestro de la música sandunga-caribeña-regge-raga-etc: El General (ams!). Y es que cuando llegué a Colombia y conocí realmente la diferencia entre un plátano maduro y un plátano verde (léase en tono bailable estilo El General) no podía dejar de encontrarle sentido a tan gloriosa creación artística (?).

Bueno, el punto es que en este país, y especialmente en la costa, el plátano en todas sus presentaciones es como un comodín para todas las comidas, sí, para todas, y más para aquellas saladas. Figúrese usted que el plato más común que puede encontrar es el corriente (para el detalle de esta comida lea la publicación que hay al respecto en este blog) y definitivamente la presencia del plátano es un detalle de sabor sin igual. Peeeeero este plátano no es el mismo que se conoce en Chile, porque ese que ustedes conocen es el banano, ese se toma licuado con leche o como postre, en cambio el plátano es uno muuuuucho más grande que se come frito o cocido.

Después de un mes en Colombia creímos que ya habíamos aprendido todo lo que podíamos saber sobre los plátanos, pero sorpresa, acá existen tantas variedades de plátano como variedades de papa hay en Chiloé (no nunca tanto, pero en verdad no se cuántas son) y creo que aún no los conozco todos y que me iré de Colombia sin entender las diferencias entre algunos, pero bueno, les contaré las diferencias principales y algunas anécdotas que hemos vivido para descubrirlos.

Lo primero es que existen plátanos maduros y plátanos verdes, esos son los más comunes y son los más grandes. Ambos se hacen fritos, el plátano verde se prepara con sal en tajadas muy pequeñas (sabe como a papas fritas) y también se prepara en algo conocido como patacón (se fritan unas tajadas, luego se aplastan y se vuelven a fritar). El maduro se prepara en tajadas más grandes y es mucho más dulce y suele ser el acompañamiento de comidas con arroz y frijoles. En uno de los días de descubrimiento culinario compramos un plátano verde y uno maduro, porque ya nos habían enseñado a prepararlos y nos parecían deliciosos, nuestra primera prueba salió muy bien y guardamos la mitad de un plátano verde y la mitad de un plátano maduro. A los dos días queríamos comer plátano verde otra vez y sorpresa: en nuestra bolsa había dos mitades de plátano maduro (¿?). No entendíamos qué rayos, si estábamos seguras de haber dejado una mitad verde y una madura, ¿sería que el plátano verde había madurado? Naaaaa ¿cómo? Fuimos a preguntar a la experta (dueña de casa) y ¡chan! sí se convierten en maduro. Así que si usted compra plátano verde ¡hágalo al toque!

Existen otro tipo de plátanos, pero que se llaman guineos. En la costa entendimos que el guineo era el que en Chile se conoce como plátano, o sea, el que se come de postre o se hace con leche, pero en el interior de Colombia el guineo es un plátano que se usa para darle comida a los pájaros y el que se come de postre se llama banano. Aún sin saber esta diferencia, fuimos al supermercado a comprar leche y guineo, para hacer un batido para la once, ¡¡¡cueck!!! Si no hubiésemos preguntado hubiésemos comido fruta que es para los pájaros y que realmente no está ni cerca del sabor que buscábamos.

Sin duda, los más tiernos de todos los que he probado son los guineos manzanos, unos pequeñísimos que son muy concentrados y en torno a los cuales existe una potente leyenda. Como esa de que si tomas vino y comes sandía se te pone la guata dura y te mueres. Cuando compramos guineos manzanos yo estaba tomando unos antibióticos porque me había enfermado del estómago y cuando una señora se dio cuenta de que habíamos comprado esos pequeñísimos me dijo: "¡Nooooo! usted no puede comer de esos, porque son muy dañinos, la gente dice que son muy malos y que no se pueden comer si uno toma medicamentos o alcohol", chuuuuuu pensé yo, porque ya me había comido 4 y realmente por precaución no comí más. La verdad es que no me morí (obvio, daah!) y tampoco he querido intentarlo otra vez para comprobar si es cierto. Si alguien quiere, que lo haga y nos cuenta cómo le fue (si es que sobrevive, sino, sería grato que avisara que lo va a hacer y así tenemos el antecedente).

Finalmente, después de tanto plátano distinto, en sabor, en tamaño (1313) y en color, me pregunto si la analogía que hace El General en su canción respecto del plátano maduro y verde con el hombre blanco y negro es real, ¿será que sus diferencias van más allá de su color? Yo no lo he comprobado personalmente, y usted, ¿se atreve?

Namaste.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Como en la casa de la abuelita: Los corrientes

Durante la primera semana en Colombia, mientras estábamos en la ciudad de Santa Marta (al norte, en el Departamento de Magdalena) decidimos salir a almorzar fuera, simplemente no teníamos ganas de cocinar y el hambre era potente.

Nos estábamos alojando en un hostal que estaba dentro de un sector residencial, por lo que teníamos la posibilidad de encontrar lugares baratos y contundentes, para decirlo en buen chileno: una wena picá. La mayoría de estos restaurantes o estaderos ofrecen almuerzos por 5000 o 6000 pesos colombianos (2 a 3 dólares) - una ganga.

Cuando nos decidimos por uno de estos lugares, nos ofrecieron varias opciones de carne o de pollo, podía ser frita, en bistec, guisada, y no se qué otros nombres más, pero cualquiera fuera nuestra elección siempre estaría acompañada de una contundente porción de arroz con legumbres, usualmente porotos, y plátano frito del maduro (porque hay dos tipos o más bien como 20, pero son dos lo que se fríen) ah y cómo olvidar la ensalada, lechuga con tomate o lo que fuera del cariño del cocinero de turno.

Puede sonar muy extraño, para los chilenos sobre todo, que este plato lleve plátano, pero la verdad es que la combinación de sabores me parece maravillosa, realmente un acierto culinario. A esta preparación se le conoce como tajadas y son dulces, ya que se hace en base al plátano maduro, o sea el amarillo, y siempre se utiliza como acompañamiento de cosas saladas.

Ese es sólo el segundo plato, antes de eso siempre sirven una sopa que en algunos lugares pasaría fácilmente como cazuela y también dan un vasito de guarapo (agua de panela - no me pregunten qué es eso porque aún no lo tengo claro, sólo se que es muy refrescante y rico).

Señoras y señores: ese es un Almuerzo Corriente, platos rebosantes de comida, casi con baranda y para quedar con el ombligo parado, tal y como cuando uno va a la casa de la abuelita.

Lo cierto es que la posibilidad de quedar con hambre después de eso es ínfima. Creo que de todas las veces que hemos almorzado en alguno de estos lugares, Yohana nunca ha podido terminar su segundo plato, y con suerte se ha tomado toda la sopa.

Si usted visita Colombia, vaya a un lugar donde almuerce la gente local y pida un corriente, sino le gusta la sopa, pida un corriente seco y sólo recibirá el segundo plato por 500 pesos colombianos menos.Y finalmente, la recomendación clave es que si viene a Cartagena de Indias, a pesar de que es el lugar más caro que hemos visitado hasta ahora, igual puede encontrar un corriente por 6500 pesos colombianos dentro de la ciudad amurallada, a unas 3 cuadras de la plaza Santo Domingo (creo que en la Calle del Coliseo) hay un local en una esquina donde los ofrecen a ese precio, ya que almorzar en el Centro Histórico en promedio debe costar unos 20-25 mil pesos colombianos.

Namaste.





sábado, 31 de agosto de 2013

Un día decidí hacerle caso a la brisa

"...Me escapé de la rutina para pilotear mi viaje,
porque el cubo en el que vivía se convirtió en paisaje..."
(La Vuelta al Mundo - Calle 13)

Hay quienes dicen que el destino está escrito y que es inalterable, hay otros que viven bajo la voluntad de una divinidad y creen que sus éxitos y fracasos no son producto de sus actos. Para mí, el tema pasa por las energías y el coraje que uno ponga en las tareas emprendidas... Se quiere, se cree, se hace y se vive.

Creo que las ganas de romper con el status quo siempre han existido en mí, esa sensación de querer explorar un pasito más allá de lo que me iban mostrando en el camino, o como algunos le dicen, las ganas de aprender, han sido el motor real para construirme como la persona que soy hoy. Fueron esas mismas ganas las que un día despertaron el interés por recorrer los caminos más allá de ese lugar que me había visto crecer y que parecía ser el espacio seguro y tranquilo para cumplir con eso que para muchos es la normalidad: estudiar, ser profesional, trabajar, comprarse una casa, tener hijos, y así... Por algún motivo, al pensarme así, no podía sino verme como el protagonista de la película "El Gran Pez" (si no la ha visto, ¡véala ahora!) y es que esa "pecera" me parecía muy pequeña para los anhelos y la inquietud permanente de mi mentecilla.

No puedo negar que el día en que decidí renunciar, tomar mis cosas y decir que simplemente quería vivir por Sudamérica por un año lo único que sentía era un temor atroz de estar haciendo mal las cosas... ¿Por qué renunciaba si tenía trabajo seguro? ¿por qué quería gastar mi plata viajando en vez de comprarme una casa? ¿acaso creía que era simple partir agarrar una mochila y viajar? ¿acaso tenía plata suficiente para mandarme a cambiar? El dolor de guata y los nervios me invadían, y el mayor temor era creer que estaba abandonando un proyecto y lo más complejo a los niños... mis niños.

Pero como comencé diciendo, creo en que si uno quiere y cree firmemente en eso, entonces las cosas se hacen, y así fue, las cosas salieron cada vez mejor. Los trámites salieron fáciles, había encontrado a una fiel compañera para "hacer LA locura" y finalmente el anhelo de vivir recorriendo Sudamérica sería una realidad. Los niños estarán siempre conmigo (con nosotras), era el momento de dejar crecer las alitas que tanto habíamos cultivado y de que ellos y nosotras emprendiéramos vuelo.

El 10 de agosto de 2013 partí de Chile, junto con mi gran compañera Yohana, con la esperanza de que este año sea para descubrir y también para cumplir con lo que muchos han querido pero no se han atrevido. A todos los que piensan que es muy difícil y que hay otras prioridades, simplemente les aconsejo que se arrojen, y que hagan como nosotras y como Calle 13 y que cambien "la renta, el sueldo, el trabajo en la oficina... por estrellas y por huertos de harina".

Namaste.