“La felicidad sólo es
real cuando es compartida” (Alexander Supertramp, Into the wild, 2007). No
hay mejor frase para representar lo que construí (construimos) en nuestro paso
por Medellín.
Ha pasado casi un mes, o quizás más, desde que salimos de esa ciudad y aún no
encuentro las palabras para describir las emociones que me genera recordar los
momentos y días vividos por casi 15 días, pero sin duda el corazón se vino
llenito de alegría, cariño y tranquilidad. Esta ciudad más que ninguna otra me
permitió comprobar que el mundito que a veces me parece sólo una utopía, sí es
posible.
Ojalá hubiera una forma de plasmar las emociones de cada
instante por medio de una fotografía o un audio, o cualquier cosa donde se
guardaran y que pudiera revisar cada vez que tuviera ganas de revivir algún
momento. Si eso fuera posible estoy segura que dentro de mi biblioteca,
Medellín tendría un tremendo apartado. Es que recordar los días que pasamos en
ese lugar me hace extrañar a personas y lugares como si fueran la familia y la
cuna.
Hoy más que nunca y después de cumplir casi 3 meses en
Colombia, puedo afirmar que Medellín me inspiró, me invitó a soñar con el
futuro, me permitió romper con los prejuicios e incluso generó un sentimiento
que jamás pensé que podría existir estando en tierra extranjera: sentido de
identidad y pertenencia. Todos los días que estuve en esta ciudad me sentí como
si fuera mi ciudad.
Quizás se estén preguntando qué hay en Medellín, y la respuesta
es casi eterna, porque hay muchas cosas que la hacen ser una ciudad tremenda. Llena
de parques y espacios para el ser humano, una comida que se mueren lo rica que
es, con unos paisajes hermosos, donde aún se respeta mucho la existencia de
espacios verdes, un creciente interés por el desarrollo sustentable, y algo muy
destacable es la creación de espacios que permiten acercar la cultura y la
lectura a lugares que generalmente se convierten en ghettos de delincuencia y
drogadicción a través de los parques bibliotecas.
Sin embargo, creo que la ciudad no sería más que eso, sino
fuera por su gente, el amor que ellos tienen por sus espacios y barrios ha
permitido que se rompan muchos estigmas que hasta hace pocos años atrás la
mantenían como una ciudad violenta, peligrosa e incluso reconocida como la
escuela de los sicarios. A pesar de que para algunas personas de otras ciudades
del país Medellín sigue siendo un espacio de peligro y violencia, lo que
vivimos allá no nos permiten ver esa ciudad que a veces nos han pintado. No
quiero decir que no exista la delincuencia, la violencia, ni la pobreza, de
hecho hay muchas personas que aún viven en la calle, pero sin duda desde hace
algunos años han estado haciendo un esfuerzo por mejorar la calidad de vida y
creo que el camino que hasta ahora han recorrido ha sido hermoso y para mí, es
la mejor ciudad que conocí de Colombia, tanto así, que si pudiera me quedaría a
vivir por un largo rato en ese lugar (Julieta arregla tu maleta).
Lo más importante es que por muchos parques que haya
visitado y comida rica que haya probado, la experiencia y la historia sería
absolutamente distinta si no hubiese encontrado en ese caminito a las personas
que conocí. Jamás habría imaginado que en tan sólo en unas semanas se pudieran
generar lazos de amistad tan fuertes. Yesid, Arturo, Maryo y William, una
familia hermosa, un hogar que nos acogió con nuestras locuras, con nuestra
hambre e incluso con nuestra flojera. Medellín no hubiese sido lo mismo sin
ellos.
Hoy me declaro tal como lo hacían las Perotá en alguna
canción por ahí, como una viajera agradecida, del cobijo y del abrigo, porque
aún no he probado una oblea mejor que las de Sabaneta y el primer desayuno
típico lo comimos ahí, la bandeja paisa no hubiese tenido el mismo sabor sin su
compañía, el burro chancletero no sería una historia para contar, los sueños de
un intercambio de casas no serían una posibilidad real y la palabra gonorrea
seguiría siendo solamente una enfermedad de transmisión sexual.
Los lugares los hacen las personas, y no dejaré de
repetirlo, Medellín es maravillosa y agradezco tanto haber tenido la
oportunidad de pisar siquiera sus calles y pasar horas conversando, cocinando y
construyendo castillos de sueños. Gracias por devolverme la esperanza y hacerme
creer en la bondad de la humanidad otra vez.
Namaste.