miércoles, 2 de octubre de 2013

Pablo Neruda la hizo de nuevo

Mientras estábamos en Medellín se nos dio la maravillosa oportunidad de partir por una semana a Manizales, a unas 4 horas de distancia. Nos llevarían, nos alojarían y nos traerían de regreso. No hubo mucho que pensar, la posibilidad estaba y simplemente había que aprovecharla. Peeeeeero, no sabíamos naaaaada de Manizales, ¿qué había para ver?, ¿qué podíamos disfrutar de esa ciudad?, ¿qué comidita rica podíamos probar?, etc. 

Para nuestra fortuna hoy es muy fácil enterarse de todo eso, unas zambullidas por San google y listo, Manizales tenía mucho para ofrecer, muchas cosas gratis, parques ecológicos, un clima fresquito y ¿una fábrica de atardeceres? ¡¿Qué rayos?! Y es que leyendo por ahí, nos topamos con una descripción que habría hecho don Pablo Neruda en su visita a Manizales, donde decía que Chipre (un sector de la ciudad) era una verdadera fábrica de atardeceres, sin duda no podíamos dejar de verificar si aquel lugar era merecedor de tamaño título, sobre todo después de haber disfrutado de amaneceres y atardeceres mágicos en medio del Parque Nacional Torres del Paine (Patagonia chilena).

A ratos me imaginaba que íbamos a llegar a Chipre y que en medio de las montañas encontraríamos unos gigantes trabajando y pintando el cielo de colores y encendiendo y apagando luces, casi que agarrando el sol para que esa luz mágica perdurara por más tiempo en el horizonte mientras las personas trataban de obtener el cuadro perfecto con sus camaritas, todo eso con el fin de fabricar los atardeceres de los que hablaba Neruda. Y ahora que lo pienso con mayor detenimiento quizás no eran gigantes, porque entonces todo el mundo iría a verlos, así que creo que deben ser enanos... Bueeeeeno... el tema es que llegando a Manizales teníamos una tarea: ir a Chipre a ver el atardecer.

Estando ya en Manizales, la comida rica que nos daban en casa nos atrapaba cada mañana e idealmente cada almuerzo, a ratos a la once también y salir a recorrer todo el día nos hacía perder el disfrute de una arepa con huevo o de un rico plato de ajiaco... ya me dio hambre, otra vez. Sin embargo, la frescura del viento y del clima nos invitaba a salir a caminar al menos un rato cada día. En una de esas salidas encumbramos rumbo a Chipre pero era de mañana, así que de atardecer nada, ni siquiera pudimos probar el Cholao (delicioso postre de frutas, juguito de frutilla, leche condensada y milo, sin mencionar que abajo lleva fruta congelada raspada). Lo que sí pudimos conocer fue el monumento a los colonizadores que es algo estratosféricamente distinto a los típicos monumentos que se encuentran en las ciudades para demostrar que ahí se empezó a construir el pueblo. Este monumento es sin duda una creación que demuestra en gloria y majestad el talento de un ser humano que tiene una conexión especial con un ser divino, extraterrestre o con la pachamama, porque realmente es maravilloso, y de pasada una de las mejores vistas de la ciudad de Manizales.

Pero bueno, el punto es que debíamos volver, y lo hicimos... volvimos a ver un atardecer a Chipre y si hay algo que hemos disfrutado en este viaje, aparte de la comida claro, ha sido la forma en que nos ha sorprendido la naturaleza, con sus paisajes, con sus climas, con sus lluvias y a ratos también con sus atardeceres. Y no hay mejor lugar para disfrutar y amar ese instante maravilloso en que el sol se esconde tras las montañas que estando en Chipre, en las alturas de Manizales. No hay muchas palabras que puedan describir el paisaje con sus colores, con sus brillos, sus nubes, sus montañas y el valle que se va apagando para dar paso a pequeñas lucecitas, lo mejor es disfrutar con sus propios ojos... Y no había gigantes, ni tampoco enanos, tan sólo la propia naturaleza que jugaba con nuestras emociones y nos regalaba una hora de tranquilidad y majestuosidad.

Namaste.




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